El amplio y diverso panorama paisajístico español tiene en el pintor catalán Vicente Herrero uno de los maestros más afortunados por su lírica sensibilidad, su capacidad atmosférica por captar la luminosidad, la potencia de su color ambiental y su portentosa habilidad por entusiasmar al espectador. Su estilo impresionista cumple al pie de la letra las características, las cualidades técnicas y nostálgicas derivadas de aquellos maestros de principio de siglo XX que dieron renombre a la famosa Escuela Catalana del Paisaje.

Vicente Herrero, catalán establecido en Gandia, es un magnifico deudor y seguidor de esos maestros consagrados catalanes que supieron remozar con un estilo vibrante, algo puntillista, jubilosamente cromático y exultantemente luminista el hasta entonces apagado y casi tenebrista paisajismo heredado por Haes y sus discípulos románticos, realistas y costumbristas decimonónicos. En sus acertados encuadres, Herrero explora esos paisajes agrestes rurales, marinas, calas y costas azules tan familiares para él con un dibujo preciso, una pincelada fogosa y un cromatismo exuberante que denotan un pintor fuera de serie y un maestro consumado.

Pero no es únicamente esa facilidad técnica que tiene, lo que hace que Vicente Herrero sea admirado y respetado por la crítica y el público en general. Es también esa desbordante sensibilidad de retener en su retina los paisajes, rincones y marinas – Cataluña, Valencia y Baleares- que le emocionan y con los que está familiarizado. Porque nos encontramos con un pintor viajero, peripatético, que busca en su peregrinaje escenarios y visiones nuevas, santuarios geográficos recónditos, a los que desentraña su belleza y su espiritualidad oculta.

Vicente Herrero, tributario de los grandes paisajistas catalanes, como hicieron ellos, se pierde en la orografía española, busca y recrea un universo de sonoridades, de cantos y de visiones terrenales, que al ser contemplados obligan a agudizar la mirada y levantar el ánimo con una delicadeza no exenta de espiritualidad. Y ello no es más que la conciencia de estar ante la Naturaleza, de sentirse integrado en ella, de palpar sus secretos y de dejarse envolver por sus encantos. Una Naturaleza ciertamente agreste y rústica, lejos de las masificaciones ciudadanas, de los polígonos industriales y de los grandes centros urbanísticos, y que por todo ello resulta un escenario mesurado, estoico, gozoso y placentero, que despierta los sentidos corporales y agudiza la visión.

El resultado de todo ello es una pintura de excelente factura que coloca a Vicente Herrero en un lugar privilegiado del paisajismo español, y que es heredera de los grandes maestros consagrados de su tierra que descubrió siendo joven. Les recuerda por su lenguaje brioso, por su dicción pictórica, por su luminismo y su sensibilidad. El lenguaje pictórico y la manera de hacer, nada ampulosa, de un creador honesto, técnicamente muy dotado, exigente, empeñado en realizar una obra bien hecha para poder ser admirada. Trae en sus cuadros, una voz irrepetible, pura y serena, que lo sitúan entre los grandes paisajistas españoles de principios de nuevo siglo.
FRANCISCO AGRAMUNT LACRUZ
Doctor en Bellas Artes

Fuente: Vicente Herrero

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